jueves, 24 de mayo de 2012

Pasión india

¡Qué mezcla más difícil la de Oriente y Occidente, como el agua y el aceite...!



Interesante, muy interesante saber que a principios de siglo XX hubo en la India una maharaní española.
 
Anita Delgado
 A la boda del rey Alfonso XIII, acudió el maharajá de Kapurthala, que por si esto no nos dice mucho, viene a ser el monarca absoluto de un pequeñísimo trozo del norte de la India, podrido de pasta al igual que todos los maharajás de alrededor y acostumbrado a conseguir lo que se le antojaba con un simple chasquido de dedos. Vamos, lo que viene siendo un tio asquerosamente rico en un país asquerosamente pobre. Cuando vino a la boda del monarca español, el maharajá tenía treinta y seis años. En una noche de juerga acabó en un tablao flamenco y allí se enamoró a primera vista de una de las bailarinas, Anita Delgado, de diecisiete. La chica venía de una familia muy humilde, y era bellísima, inculta, algo descocada para la época pero muy inocente; lo bueno es que tenía siempre cerca a su madre, doña Candelaria, consciente en todo momento de que la belleza y la virtud eran las únicas armas de su hija para ganarse la vida, y nada dispuesta a dejar que a la nena le arrebataran la segunda sin pasar reglamentariamente por el altar y por el juzgado.
 
El maharajá, esposo de Anita
El maharajá no pasó por el altar puesto que era de religión hindú, pero llenó a la familia de diamantes y otras joyas, los instaló temporalmente en París, se encargó de la educación y refinamiento de Anita, accedió a pasar por el juzgado y negoció personalmente con doña Candelaria las condiciones del matrimonio. La doña estaba encantada y la guapísima Anita muy satisfecha de haber encandilado nada menos que un maharajá. No sabía lo que era eso pero sonaba muy bien, y si a nadie le amarga un dulce, mucho menos las joyas, los vestidos, los sombreros, el champagne y el lujo del hotel parisino donde ella y toda su familia estuvieron instalados los meses previos a su boda. Y la boda se produjo, y Anita Delgado se fue a la India a vivir como maharaní, o esposa de su maharajá... y a partir de aquí hay que leer el resto de la historia, porque si bien puede parecer envidiable la suerte que tuvo Anita sin más mérito a priori que su belleza física, tampoco fue oro todo lo que acabó reluciendo en su vida, ni mucho menos... lo que se encontró en Kapurthala y el increíble final de la historia, en el magnífico libro de Javier Moro, “Pasión india”.

“Ha claudicado”, piensa Anita sin inquina ni rencor. Así es la vida en la India. Entre ella y su clan, ha optado por lo segundo; entre la locura y el sentido común, ha elegido el sentido común.