jueves, 24 de agosto de 2023

Vencer o aprender

 “Me gano la vida enseñando a la gente a pelear” 



Mucha gente sabe quien es Conor McGregor, pero casi nadie conoce a su entrenador, John Kavanagh, el autor de este libro. Y no cabe duda de que John ha sido el artífice de Conor como luchador no sólo por haberle entrenado, también por haberle reconducido en la vida y haberle enseñado más de una lección dentro y fuera del gimnasio. McGregor prologa este libro agradeciendo a John todo lo que ha hecho por él y sirviendo de paso como reclamo. Sí, “McGregor prologa este libro” es una frase que nadie nunca jamás pensó que sería dicha, pero ahí está el prólogo firmado por el ilustre luchador.


“No peleó durante casi un año, pero en este tiempo Conor consiguió convertirse en una estrella aún más grande”


McGregor es además el pivote alrededor del que gira el libro, porque quizá sea el ejemplo más claro de como el deporte y un buen entrenador pueden cambiar la vida a una persona, y para bien. Conor era un chicarrón irlandés aficionado al boxeo y a la mala vida cuando apareció para entrenar el el gimnasio de Kavanagh. Éste lo entrenó y aún siendo muy consciente de su talento, lo dio por imposible cuando Conor dejó de asistir regularmente a las sesiones. Pero todo cambió con la llamada de una madre desesperada… la señora McGregor, que ya no sabía qué hacer para meter en vereda a su retoño, pidió ayuda a John y éste haciendo una excepción a sus normas se plantó en el hogar familiar, le cantó las cuarenta a Conor y ahí empezó la magia. 


Conor McGregor es todo un personaje: por una parte es el mejor luchador de la historia de las MMA (en mi opinión al menos) y por otra es un auténtico impresentable. Pero tiene un magnetismo y una conexión con el público que no se habían visto antes de él en ningún luchador. Despierta pasiones y ha hecho que la cotización de su deporte suba como la espuma. Sus excentricidades, sus carísimos trajes y su desfachatez no exenta de grosería son tan comentadas como su increíble manera de desenvolverse en el octágono, y ello ha hecho que se dispare su caché y de paso el de todos sus compañeros. Cuenta Kavanagh que cuando se dirigían a tomar el avión para desplazarse a Suecia, al primer combate de Conor para la UFC, hubo que parar en correos para que Conor cobrara su cheque mensual por desempleo que ascendía a 188 euros y constituía hasta entonces su único ingreso. Al día siguiente, en esa primera pelea para la UFC Conor ganó 76.000 dólares.



“Desde entonces he aprendido la lección, pero aquella noche el error me costó caro”


Pero antes John hubo de meter en cintura a su pupilo en diversas ocasiones, como aquella en la que Conor y su compañero Cathal se inflaron a cocteles en un hotel de Jordania, y al enterarse de que no estaban incluidos en el precio de la habitación se largaron sin pagar la factura. El hotel llamó al chófer que les llevaba al aeropuerto y John hizo regresar al coche ante la desesperación de los dos jovencitos. Era la primera vez que Conor salía a pelear fuera de Irlanda, aún estaba muy lejos de cobrar 76.000 dólares por una pelea y se temía, con razón, que su entrenador le iba a obligar a pagar en el hotel la costosísima factura que superaba con creces su estipendio mensual. Y así fue. McGregor perdió mucho dinero pero aprendió muy bien la lección y John se comportó como un mentor afable pero estricto, como debe ser.


La vida de John Kavanagh no empieza por supuesto con McGregor, él mismo fue un luchador de éxito y en un momento determinado decidió que lo que mejor se le daba era entrenar a otros, y a ello se ha dedicado desde entonces. Pero venía de ser un jovencito menudo y tímido, que encontró en las artes marciales su vocación y su mayor quebradero de cabeza. Mucho tiempo y mucho esfuerzo le costó saber que había valido la pena dejar en el cajón su título de ingeniero y dedicarse a entrenar a otros luchadores.


“Me gustaba la tranquilidad, y las clases de karate me proporcionaban mucha”


En el intervalo, John trabajó como guardia de seguridad, una peculiar ocupación para un hombre que ni con mucha imaginación podría calificarse de corpulento, pero que le sirvió para aprender alguna de las valiosas lecciones con las que nos obsequia en este libro.


“Si le negaba la entrada a alguien, siempre se encaraban conmigo porque parecía muy joven y poco peligroso. Pero aquel era el momento de hacer frente a mis demonios”


“Yo estaba sobrio, y aunque me faltara experiencia sabía pelear. Los clientes estaban borrachos y en general no sabían pelear, así que cuando intentaban pegarte era muy fácil dominarlos”


“Confías en que si el asunto degenera en pelea, sabrás arreglártelas”


Y éste es uno de los principios más importantes de las artes marciales fuera del tatami, o del ring, o del octágono. Ya lo decía el señor Miyagi: “aprende kárate para no tener que pelear” y mucha razón tenía. Hay gente que piensa que un karateka o un boxeador van por la vida zurrando a todo el que les mira mal, pero nada más lejos de la realidad, al menos si se trata de un buen karateka o un buen boxeador. Para empezar suelen entrenar montones de horas a la semana, así que lo que menos les apetece es ir a pegarse con alguien por ahí. Y para seguir, un buen artista marcial tiene muy claro que la mejor victoria es evitar la pelea y hará todo lo posible por evitarla, pero eso sólo se consigue teniendo la certeza de que saldrás bien parado si no consigues evitarla.


“A veces ganas, a veces pierdes, pero siempre aprendes”


El camino de John hasta convertirse en el entrenador estrella de las artes marciales mixtas ha sido de todo menos fácil. Tomar la decisión de abandonar tu carrera y afrontar el desagrado de tu familia; empezar en un cobertizo “reconvertido” en gimnasio con un puñado de alumnos; cambiar a un local más grande a base de préstamos bancarios, arriesgando un dinero que no tienes; modelar a cada alumno según su personalidad; acompañar a tus luchadores en sus veladas y tener que celebrar una victoria y asumir una derrota en la misma noche… hay que ser a la vez entrenador, maestro, psicólogo, nutricionista, canguro y un montón de cosas más. John Kavanagh es todo eso y lo hace todo de maravilla.


“Aquel combate fue el principio de una duradera amistad: sólo tuvimos que darnos unos cuantos porrazos el uno al otro”


Una curiosidad de las artes marciales, nada une tanto a un grupo de personas como haberse repartido unos cuantos porrazos entre ellos. Hay gente que dice: “deporte sí, pero eso de pegarse…” pues no sé, a veces entrenas con alguien más fuerte y experimentado que podría partirte la cara en diez segundos, practicas una técnica, pegas, te pegan, a veces te hacen daño, sudas la gota gorda, tu compañero te corrige la técnica, tú le corriges la técnica porque has visto el fallo aunque sepas mucho menos, sudas aún más, te fallan los reflejos, te vuelven los reflejos y cuando terminas has creado un vínculo indestructible, como si conocieras a esa persona de toda la vida. A veces intercambias un abrazo de agradecimiento porque has aprendido tanto en unos minutos que no pareces la misma persona. Es la magia de las artes marciales.


“Mientras día a día se acercaba a la plena forma, su mente se fue volviendo invulnerable”


“Eso puede tener un efecto emocional  psicológico, pero solo si tú lo permites”


“Decidí introducir el sencillísimo concepto de reducir el contacto pero manteniendo el entrenamiento lo más realista posible. Recrear una situación de lucha real, pero sin el mismo nivel de impacto”


“En las sesiones de sparring, me gusta reproducir todos los aspectos de una pelea pero sin el daño físico”


Ése ha sido el gran acierto de Kavanagh como entrenador, que contrasta con otros planteamientos bastante más irracionales de otros entrenadores. Para qué vas a reventar a un luchador en los entrenamientos, para qué vas a correr el riesgo de lesiones serias fuera de las peleas. Cuidar de tus pupilos es lo más importante, no sólo poner a prueba cada día su capacidad de aguantar golpes.


“Seré un aprendiz de esto hasta el día de mi muerte”