miércoles, 8 de enero de 2020

12 reglas para vivir, un antídoto al caos





El polémico Peterson, que la lía cada vez que abre la boca. Como es normal le han llamado “facha”, “nazi”, “homófobo” y una larga lista de epítetos que alguna gente utiliza con una facilidad más que pasmosa para autoconvencerse de que son de izquierdas, y de los más auténticos. A Peterson se la suda bastante, todo hay que decirlo, pero no deja de ser llamativo el odio y la admiración que despierta este hombre.

“Regla 4: no te compares con otro, compárate con quien eras tú antes”

De las 12 reglas para vivir, yo me quedo sin dudarlo con ésta. Nada que objetar y poco más que decir.

Porque sí, aunque no lo parezca tengo algunas cosas que objetar a Jordan Peterson. En general estoy bastante de acuerdo con sus ideas, y he de reconocer que tiene algunos argumentos absolutamente brillantes, pero también en otras ocasiones se columpia un poco. Por ejemplo:

“Si son sanas, las mujeres no quieren niños, quieren hombres. Quieren a alguien con quien competir, alguien con quien luchar. Si son duras, quieren a alguien que lo sea más. Si son listas, quieren a alguien más listo… no hay muchos hombres por ahí que puedan superarlas lo suficiente como para que les resulten interesantes.”

Aún estando básicamente de acuerdo con esta afirmación, Peterson utiliza este argumento en contra de la obligación de establecer cuotas en las universidades y los trabajos, alegando que a las mujeres les será difícil encontrar pareja si acceden en masa a los puestos de más poder y mejor remuneración. Y eso es lo que me chirría de sus comentarios, yo estoy en contra de las cuotas por sexo porque estoy a favor de que todo el mundo tenga las mismas oportunidades y de que sean las personas más cualificadas las que obtengan los puestos, independientemente de su sexo, pero claro, si alguien me dice algo como “no estudies una ingeniería, porque entonces no encontrarás un marido” puede imaginarse a donde le voy a mandar, empieza por “m”. Al mismo sitio básicamente que el 100% de las ingenieras que conozco, muchas de las cuales por cierto tienen maridos estupendos, y la que no lo tiene será porque no quiere. Además de que, francamente, no creo que la hipotética dificultad para encontrar marido consiga disuadir a alguien con dos dedos de frente de estudiar lo que le dé la gana o de trabajar en lo que le dé la gana. Así que en este caso, señor Peterson, patinazo y de los gordos. Todos estamos de acuerdo en que las mujeres suelen preferir mayoritariamente unas profesiones y los hombres otras, pero también en que en nuestras sociedades occidentales a nadie se le impide o se le dificulta acceder a una profesión u otra por razón de su sexo, así que dejémonos de absurdeces y esgrimamos como motivo la libertad de elección para rechazar las cuotas obligatorias, es un motivo que se basta y se sobra.


“Cuando puedes morder, normalmente no tienes que hacerlo. La capacidad de responder a la agresión en realidad reduce la probabilidad de tener que recurrir a la violencia.”

Acertadísima esta afirmación, muy en la línea de aquella máxima de nuestros ancestros romanos “si vis pacem, para bellum” (si quieres la paz, prepárate para la guerra). De ahí que los pacifistas me resulten a veces tan ridículos con ese empeño de evitar las guerras a toda costa, como si la lucha no fuera algo inherente al ser humano. A nadie nos gusta la guerra ni siquiera cuando la ganamos, ya lo dijo muy sabiamente Golda Meir, pero aún nos gusta menos que nos aniquilen así que más vale que aprendamos a defendernos. El mejor ejemplo es un buen artista marcial, que puede mostrar una fiereza brutal en un combate pero fuera de él será la persona más tranquila del mundo y el último que se metería en una pelea callejera siquiera accidentalmente. Ojo, he dicho un buen artista marcial, nada que ver con un mascachapas rebozado de anabolizantes. El verdadero guerrero, el de corazón y mente, sabe a lo que se arriesga y que como decía el señor Miyagi “la mejor pelea es la pelea que se evita”. Así lo enseña también mi admiradísimo Kfir Itzaki en sus seminarios de Krav Magá.

Más de mujeres y hombres…

“Y si piensas que los hombres duros son peligrosos, espera a ver de lo que son capaces los débiles.”

El concepto de “masculinidad” es otro de los temas peliagudos que no duda Peterson en abordar, tanto en su libro como en sus charlas. Y se decanta por una masculinidad más bien estilo clásico, para que nos entendamos por un hombre mucho más parecido a los actores de Spartacus que a Mario Vaquerizo, y esa es otra de las razones por las que le han atacado sin cuartel las feministas, los gais, los trans, los progres, los milennials, los posturitas crónicos y todo bicho viviente que no quiera ser llamado “facha” por alguno de estos colectivos. Debo reconocer y no será ninguna sorpresa para los lectores de este blog y el de Zenia, que a mí me gustan mucho más los hombres tipo Spartacus que el marido de Alaska, pero también es verdad que se trata de una cuestión de gusto personal, y que para gustos colores y pelucas. Por otra parte defiendo la total de libertad de cada uno para ser, vestir y expresarse como le dé la gana, y por supuesto el absoluto respeto a todas las personas, así que poco problema con estas cosas. Entre un Miguel Bosé con mallas fucsia y un Craig Parker sin camiseta, yo tengo clarísimo que me iré al catre (o me iría si pudiera, ¡qué más quisiera yo!) con Craig, pero otra gente se iría con Bosé y todos contentos, felices y gustosamente encatrados.

Por desgracia el debate no acaba aquí para Peterson, que también defiende la libertad, pero se niega a utilizar los pronombres “trans”, esos pronombres neutros (en inglés) con los que la comunidad trans exige que se identifique a sus miembros. Ese tema no se trata en el libro, pero he visto en youtube algunos debates entre Peterson y activistas trans bastante encendidos y la verdad es que me sabe bastante mal por ambas partes; no entiendo el empeño de Peterson en negarse a referirse a otras personas como ellas decidan, ni el exceso de algunos portavoces de la comunidad trans cuando afirman que están siendo asesinados porque la gente se niega a utilizar esos pronombres.


“Sabes que eres el hijo de Dios cuando tus máximas afectan incluso a las langostas”

Parece mentira pero estos deliciosos crustáceos han causado problemas y feroces críticas a Peterson. El buen hombre no ha tenido mejor idea que explicar con todo detalle cómo se ha formado la jerarquía social de las langostas a lo largo de la evolución y a continuación extrapolar algunas de sus conductas al género humano, alegando que éstas provienen de un sistema nervioso tremendamente simple y que se han mantenido a lo largo de la evolución, por lo tanto representan la parte más básica de nuestros comportamientos sociales. Qué has dicho. Feministas ofendidas por la comparación con las langostas hembras han salido en masa a arañar los ojos a Jordan, a descalificarle y a decirle que cómo se atreve. Pues se atreve porque sus argumentos tienen lógica, quizá no sean una verdad absoluta pero desde luego parecen probables. Sí, hemos evolucionado más que las langostas, de no ser así estaríamos ahora mismo untados de mantequilla y siendo devorados por algún gourmet de especie superior, pero lo que Jordan postula es que básicamente, en lo más recóndito de nuestra cavidad craneal, funcionamos para algunas cosas exactamente igual que las langostas. A la hora de alimentarnos, reproducirnos y escapar de posibles depredadores somos muy, pero que muy básicos.

“En mi Reino -dice la Reina de Corazones a Alicia- necesitas correr con todas tus fuerzas si pretendes permanecer en el mismo lugar.”

“Es mucho mejor para los seres que dependen de ti que los vuelvas competentes, no que los protejas.”

“No me gustaría que las mujeres capaces de deslumbrar con su simple presencia desaparecieran solo para que los demás no tuviéramos que sentirnos inseguros.”

“Lo mismo ocurre cuando los terapeutas bienintencionados colocan a un delincuente menor de edad entre otros adolescentes comparativamente civilizados. Lo que se expande no es la estabilidad, sino la delincuencia.”


Y aquí es cuando alguien propone que los que han cometido delitos graves estén encerrados toda su vida, o sean deportados a sus países, o directamente no se les permita entrar en un país y vivir libremente en sus ciudades. A continuación un batallón de progres aparece tirándose de los pelos, clamando “racista, racista” y exigiendo que todo el mundo tenga la segunda oportunidad que ellos dicen que merece. El resultado final… sí, es exactamente el que predice Peterson: no se expande la estabilidad, sino la delincuencia, y así nos va.


“¿No es posible que tu desprecio sea en realidad más saludable que tu compasión? ¿De verdad estás seguro de que la persona que suplica que la salven no ha decidido ya aceptar un sufrimiento absurdo porque algo así es más fácil que asumir cualquier responsabilidad? Antes de ayudar a nadie, tendrías que descubrir por qué esa persona tiene problemas.”

No hay más que remitirse a los múltiples estudios sobre la conducta de ayuda para entender esta contradicción. A todos nos ha pasado alguna vez que un amigo nos pide ayuda, se la damos de todo corazón y no sólo no la agradece, sino que a partir de ahí nos convierte en su enemigo y se dedica a hacernos todo el daño que pueda. Que no suele ser mucho, también es verdad, pero lo que cuenta es la intención. Es una sensación horrible que te suceda algo así y encima te pongas a pensar “¿qué he hecho yo para merecer esto?” porque te pones a pensarlo quieras o no. Y no es culpa tuya, sino de la intrincada mente humana y de personas que, incapaces de asumir su propia responsabilidad, buscan descargarla en el primero que pillan para luego además echarle la culpa de sus fracasos. Ya le pasó a Eva con Adán, ¿no iba a pasarnos a los demás?



“Y Adán, en su desdicha, señala directamente a Eva, su amor, su compañera, su alma gemela, y la delata. Y después culpa a Dios. Le dice: ‘la mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí’. Qué patético y qué exacto. La primera mujer llenó al primer hombre de inseguridad y resentimiento. Entonces el primer hombre culpó a la mujer y después a Dios.”

“Muchos serían víctimas de sus vecinos más celosos, resentidos e improductivos, que utilizaron sus ideales de colectivización comunista para enmascarar su propósito asesino.”


Y con el comunismo hemos topado. Si Peterson no deja títere con cabeza machacando a los defensores del patriarcado, su explicación de cómo el comunismo destruyó la Unión Soviética y Camboya es simple y certera como un dardo: la riqueza se puede repartir, el talento no. Cuando a los campesinos más talentosos se les maltrató y asesinó para arrebatarles su riqueza, la cual era fruto de su talento, dejó de haber gente que hiciera funcionar el país y éste se hundió en el hambre y la miseria. Nada más que decir, salvo que parece ser que la humanidad no aprende la lección y el comunismo sigue hoy día teniendo sus adeptos.


“Los estudios de Tajfel demostraron dos cosas: primero, que la gente es social; segundo, que la gente es antisocial.”


Con el tema del patriarcado, Peterson se muestra firme: atribuir al patriarcado la presunta opresión que sufren las mujeres, no es más que una excusa y una estupidez aunque se haya convertido últimamente en dogma de fe. Pero no es de extrañar, hay mucha gente cobrando mucho dinero por defender a las mujeres presuntamente oprimidas y si no hay patriarcado se les acaba la fiesta, así que se tiran a degüello a cualquiera que lo cuestione y mucho más a Peterson que lo tienen enfilado. En realidad, Mr. Peterson lo único que hace es explicar que lo que realmente ha oprimido a las mujeres a lo largo de los siglos han sido sus propias e inevitables funciones biológicas, y lo demuestra el hecho de que esa opresión disminuyó drásticamente con inventos como los tampones o la píldora anticonceptiva. A partir de ahí las mujeres se sintieron más libres y más cómodas: ya no se veían obligadas a utilizar incómodos y antihigiénicos paños en su menstruación, ya podían planificar sus embarazos, ya podían demostrar en el entorno laboral que eran igual de válidas que los varones. El patriarcado no lo inventaron los hombres blancos con intención opresora, vino dado por las circunstancias sociales de la misma manera que está desapareciendo conforme éstas van cambiando, y no falta mucho para que desaparezca totalmente. Si le dejan las feministas, claro está, que son hoy día el único colectivo interesado en perpetuar el patriarcado eternamente, y qué quieren que les diga, no deja de ser curioso.