martes, 21 de agosto de 2012

Antología poética de Miguel Hernández

Miguel Hernández, poeta, pastor y casi analfabeto, que sin embargo fue capaz de escribir cosas que encogen el alma, o te la abren de par en par, depende. Como su mejor presentación es su poesía, ahí va una pequeña muestra. Léase con detenimiento y deleite, por favor.

Miguel Hernández


A MI ALMA
Murmuran que hablo muy poco
alma los que nada saben
de nuestros largos coloquios.


NO MEDIA MÁS DISTANCIA QUE UN OTERO
No media más distancia que un otero
entre la ausencia mía y tu presencia
y sin embargo, amor, está mi ausencia
pendiente de tu puerta de romero.

Como muere, doliéndose, el cordero
destetado y sin madre ni asistencia,
así, de esta dulcísima dolencia,
de no verte estoy viendo que me muero.

Inútil es mi oreja sin tus voces,
inútiles mis ojos y mi pelo
hasta que tu amistad los coge y toca.

Mi mejilla se mustia sin tus roces,
mi paz de guerra está, mi amor de duelo...
¡A tanto obliga un beso de tu boca!


CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO
He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

Sobre los atúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.


LA BOCA
Boca que arrastra mi boca:
boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.
Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.

Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
dando a la grana sangrante
dos tremendos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.

Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.
Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado,
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.

Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.

¡Cuántas bocas enterradas,
sin boca, desenterramos!
Bebo en tu boca por ellos,
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos,
besos distantes y amargos.

Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.

He de volverte a besar,
he de volver, hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos y enamorados.

Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Agnes Grey

“Me preguntaba por qué tanta belleza recaía en personas que tan mal uso hacían de ella, y se les negaba a otras que podrían emplearla en beneficio propio y en el de los demás. Pero Dios sabe lo que hace, pensé. Seguramente hay hombres tan vanos, egoístas y crueles como ella, y quizá este tipo de mujer sea el castigo que merecen.”




Señoras y señores, de nuevo con todos ustedes las hermanas Brontë. Esta vez es la pequeña de ellas, Anne, la menos conocida, la que menos éxito literario tuvo en su día, pero no por ello la que escribió obras de menor calidad, y “Agnes Grey” es una buena muestra de ello. Anne fue institutriz, y en sus experiencias se basó para escribir la historia de Agnes, al igual que su hermana Charlotte revivió en “Jane Eyre” los tormentos que sufrió en el internado. Lo sorprendente de la obra de las tres hermanas es que nunca salieron de un radio de unos sesenta kilómetros en la brumosa Inglaterra; que nunca tuvieron unos estudios, una ayuda familiar para ser algo en la vida. 

Anne Brontë

Hijas de un pastor protestante, relegadas al papel de mujeres solteronas, todo lo hicieron solas (incluso publicar sus primeras obras con seudónimos masculinos), mientras su hermano, el único varón de la prole familiar, dilapidaba el dinero de su padre en borracheras y putas. Y ellas, sin más medios que su talento lograron ser tres genios de la literatura y retratar como nadie las pasiones que nunca tuvieron oportunidad de vivir. Así de injusta es a veces la vida, y así de bien saben algunos seres humanos sobreponerse a ella. Señoras y señores, de nuevo con todos ustedes las hermanas Brontë. Que lo disfruten.