jueves, 11 de abril de 2013

El color púrpura

“¿Quién te has creído que eres? me pregunta riendo. Tú no puedes maldecir a nadie. Mírate. Eres negra, eres pobre, eres fea, eres una mujer. Vamos, que no eres nada.”


Y sin embargo la de cosas que llega a ser Celie en esta novela. Poco esfuerzo hay que hacer para imaginar cómo ha sido su vida, cuando esa frase se la dice su marido, y para el que no quiera imaginar, en el libro se dan todos los detalles, pero lo importante no es en realidad de dónde parte Celie en el primer capítulo, es a dónde llega en el último. Porque los hombres de esta historia son todos una panda de bastardos, pero las mujeres, las maravillosas Celie, Shug, Sofía, Nettie... ¡¡¡qué mujeres, por dios!!!  qué mujeres han de ser para sobrevivir en ese entorno. Y no sólo sobreviven sino que lo hacen con alegría, con ganas de vivir, con la pasión que no han conseguido quitarles a base de palos y violaciones, con amor, con deseo...¡¡y con las garras afiladas!!

“No quiero a mi lado a un mequetrefe que no supo decir que no a su papá. Yo necesito un hombre.”

“A las mujeres sí las miro, porque a ellas no les tengo miedo.”

“-Vamos Miss Celie, lo dices como si hiciera sus necesidades encima de ti
-eso es lo que a mí me parece
-¿nunca te ha gustado?
-nunca
-tú aún eres virgen, Miss Celie.”


Y sí, resulta que Celie era virgen a pesar de haber tenido varios hijos, porque nunca la amaron, porque nunca se deleitaron acariciando su cuerpo, porque nunca le regalaron la delicia de un beso sin más. Pero ahí está Shug, la amante de su marido que rápidamente cambia al tonto del marido por la tímida Celie, y hace que las dos florezcan. En la película que Spielberg hizo de esta novela, hay una escena tremenda, que refleja muy bien las relaciones entre las mujeres y hombres de esta historia. La bella cantante Shug, ataviada con un vestido rojo de lentejuelas, canta en un bar para diversión de los hombres del lugar, pero un día acude por allí Celie, su discreta amiga, tímida y con los ojos bajos, y algo explota en el corazón de ambas sin que nadie más se dé cuenta. Mientras todos los machos ebrios babean a la par que levantan su copa de whisky, Shug busca a Celie y le canta... el blues de la señorita Celie. No os lo perdais, ni la música, ni la letra ni la fantástica interpretación de las dos actrices.


Por cierto, odio los subtítulos pero no he tenido ganas de traducirla entera, sólo un apunte: cuando el subtítulo dice “ponte a bailar, hermana” en realidad la canción dice “mueve el culo, hermana”.

“De todos modos, ese Dios al que yo rezaba, y al que escribía cartas, es un hombre. Y como todos los hombres es desconsiderado, olvidadizo e indiferente.”

De manera que Celie deja de escribir cartas a Dios, y empieza a escribírselas a su hermana Nettie, a su adorada hermana de quien la separaron de niña a golpes porque si no, no la habrían podido separar, y de quien no sabe ni siquiera si está viva. Pero Celie escribe, y escribe... y Nettie escribe, y escribe... y el Dios que las ha ignorado toda la vida parece que llega a conmoverse, y resulta que Nettie no está sola, y la fe de cada una de ellas en la otra, que las ha mantenido vivas y unidas pese a la distancia, es la que las hace reencontrarse y quedar paralizadas de felicidad la una en brazos de la otra. Y de paso tocarnos la fibra a los lectores del libro, que para eso estamos ;-)

“Y a pesar del cansancio, cantan, Celie.”

Y a pesar del cansancio, digo yo que habrá que seguir cantando, por triste que a veces sea el blues.