sábado, 16 de marzo de 2013

Mil soles espléndidos

“Como la aguja de una brújula apunta siempre al norte, así el dedo acusador de un hombre encuentra siempre a una mujer.”



A Mariam su padre nunca la quiso. La engendró, cosas de la vida, y se ocupó de mantenerlas a ella y a su madre... bien alejadas, en una cabaña en medio del campo a las afueras de una ciudad lejos de la suya, para que nunca se mezclaran con su familia oficial. Durante un tiempo las visitó todos los jueves y cuando Mariam tenía quince años, le buscó un marido y se desentendió de ella.
Sin embargo Laila...

La madre de Mariam tampoco la quiso nunca, al menos como debe querer una madre. Quizá ella sí la engendró con amor, pero no fue capaz de perdonarle los dos terribles pecados que Mariam había cometido cuando se atrevió a nacer: ser mujer y ser hija ilegítima. Su propio sufrimiento la ofuscó, la sobrepasó y su corazón quedó seco de amor hacia su hija.
Sin embargo Laila...

El marido de Mariam la quiso aún menos. La compró cuando ella tenía quince años y él treinta más, porque se había quedado viudo y necesitaba alguien que se ocupara de su casa. Lo más amable que hizo con ella fue recriminarle su torpeza sin pegarle, pero pronto empezó a pegarle cada vez que ella hacía algo mal, y de ahí pasó enseguida a pegarle cada vez que era él quien hacía algo mal o tenía un problema, porque pegarle a ella le desahogaba.
Sin embargo Laila...

Los hijos de Mariam nunca pudieron quererla, porque no tuvieron la oportunidad, Mariam nunca los tuvo. Los deseó con toda su alma y se quedó embarazada muchas veces, pero sus hijos siempre morían antes de nacer. Al tremendo dolor físico y psicológico de Mariam por esta causa, su marido añadía la culpa y nunca se cansaba de recordarle lo incapaz que era ELLA de DARLE hijos a ÉL.
Y sin embargo Laila...

“Pero el juego sólo sirve para nombres de varón. Porque si nace una niña, Laila ya sabe cómo va llamarse.”

Cuando quien debe quererte no te quiere y quien dice quererte tampoco te quiere, mira a tu alrededor. Quizá veas a una Laila o a una Mariam, y te estén queriendo sin deber y sin decirlo. Ésta es la mejor lección y la mayor belleza de “Mil soles espléndidos”.